El Viaje de Momo ( y II )
9, nueve, colegios visitados. 27, veintisiete, representaciones... Y... ¿siempre lo mismo, siempre lo mismo? Pues no, no siempre fue lo mismo. Aunque el guión se mantuvo más o menos inalterado, hubo algún que otro cambio y, además, los diálogos se fueron adaptando según edades y según el efecto que iban causando. La verdad es que por esa parte escapamos del mundo de la rutina que tanto disgusto dio a Momo. Y creo que ése ha sido uno de los éxitos del teatro. Al tener que enfrentarnos en cada colegio a tres grupos con necesidades distintas (más o menos de 4 a 7 años, de 8 a 12 y de 13 a 16) consideramos que debíamos adaptar los contenidos a cada grupo. El de lxs peques era un espectáculo más circense: malabarístico y visual. Los mensajes los lanzábamos de una forma más directa y repetiva, con el fin de no confundir ni aturdir, ya que, al ser tan pequeños, se hacía difícil, e incluso pesado para nosotros, el hacer entender algunas de las ideas que presentábamos a personillas tan diminutas. Con "los de enmedio", de 8 a 12 años, el espectáculo era... como debía de ser. Es decir, de forma natural esta obra se adaptaba a sus necesidades y sus ánimos. Esta edad hace que tengan una buena predisposición al juego, como lxs menores, pero también les permite seguir un argumento, casi mejor que lxs mayores (que están más con las cosillas de la adolescencia). El espectáculo se hacía extra. Alargábamos las rutinas malabarísticas y exagerábamos las partes cómicas. Y funcionaba bien. Nuestra mezcla de argumentos y malabares, de mensaje y payasismo, de educación y circo, conseguía que esxs, en otros círculos y para otro tipo de educadores, queridxs demonixs, se metieran en la historia y la siguieran hasta el final, participando activamente y divirtiéndose... casi tanto como nosotros. El último grupo, por edad y porque casi siempre eran lxs últimxs en ver la actuación, es el de lxs niñxs grandes o preadolescentes. Este caso lo hemos abordado como un reto para nuestro guión, ya que en estas edades se cuestionan todo, o ya están empezando a hacerlo, y pudimos comprobar que la estructura funcionaba, las escenas resultaban y los diálogos, con un poquito más de punta y de picante, gustaban. Un poco más de punta en las críticas... en los comentarios... para darle más calado, más denuncia... Un poco más de picante sobretodo entre Nina y el público... al típico graciosillo que decía: "¡Vaya mariquita!" o "¡Mira, un hombre vestío de mujer!" (hay que recordar que Nina era una niña y lo interpretaba yo, un niño en cuerpo de hombre)... pues al típico yo le iba y me sentaba al lado o le proponía quedar para después dar un paseo por el pueblo... una forma de acallar comentarios jocosos que interrumpieran la representación y a la vez una forma de crear una situación divertida jugando con un elemento, el de la sexualidad, que en esas edades aparece con mucha fuerza. En definitiva, la adaptación de mensajes, estilo de representación y situaciones a las características de cada grupo de edad ha sido uno de los grandes aciertos del Viaje de Momo. Acierto, éste, que no por aparecer en todos los libros como algo estrictamente necesario deja de llenarme de satisfacción (parafraseando al Gandul), ya que el ponerlo en práctica es la parte más dura de todo eso, y creo que lo hemos conseguido. Ya lo decía Momo: "Teoría, teoría y más teoría... pero... ¿practicar qué?".
Pues practicar es... el punto desde donde debe nacer y al que debe llegar toda teoría. La teoría sin práctica no es nada. Esta era una de las ideas fundamentales que proyectábamos sobre lxs chavalxs y... ¡¡sobre lxs profesorxs!! Para nosotros, ellxs eran una parte casi tan importante como lxs niñxs. Ellxs son sus educadorxs y ellxs son con quienes están día a día. Así que no podíamos dejarlos al margen. Y no lo hicimos. La escena del Mundo de la Teoría se centraba en la problemática pedagógica "niño inquieto-gran sabio". Para el niño inquieto la clase es aburrida y lenta, mejor hacer algo más. Para el gran sabio lxs alumnxs son demasiado inquietos... así que mejor centrarse en la teoría... y el que no se entere, que no hable por lo menos. Muchas veces cuando empezábamos con la escena algunxs profesorxs, que ya se habían sobresaltado cuando habíamos criticado el Mundo de la Rutina (mundo laboral), empezaban a poner caras, a juntar las cejas y a mirarnos de laíllo... ¡Peor para ellxs! Eso les delataba... cuando se daban cuenta de que no mandabamos un mensaje anti-profe, si no que mandábamos un mensaje anti-profe... peñazo, anti-pseudo gran sabio del carajo que lo único que sabe es dar su lección, imponer su autoridad si hace falta, y olvidarse de lo más importante... lxs alumnxs. A decir verdad creo que, una vez vista toda la obra, la gran mayoría estaban de acuerdo con lo que decíamos. Y es que todxs tenemos corazón. Y mente. Otra cosa es que algunx de ellxs haya cambiado en algo su forma de dar clase a raíz de ver nuestra representación. Porque es bastante fácil darse cuenta de que las cosas van mal cuando van mal; lo difícil es, aunque te lo digan en tu puta cara, cambiar. Tercera lección aprendida.
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